Kakegawa, el centro público de la ciudad. Para ser eso, las
instalaciones se conservan relativamente bien. Un timbre molesto
suena, informando a los alumnos de que deben pasar a las clases.
Todos entran con parsimonia, en el patio, hay un pequeño atril,
donde el director os da la bienvenida, luego sube un chico joven, de
la misma edad que vosotros, posiblemente, un tipo alto, con el pelo
recortado y peinado hacia delante, de un color anormalmente rubio,
teñido obviamente, una gafas elegantes de media montura se sitúan
ante sus ojos negros, su mentón cuadrado está cruzado por el lado
derecho por una pequeña cicatriz, viste con una camisa de botones
dos tallas menos, apretada, su brazo deja ver un tatuaje negro que
recorre desde el hombro hasta más abajo del codo.
-Hablo como representante del alumnado
del Kakegawa, aquí las cosas son duras, pero la dureza lleva a la
perfección y la perfección es nuestro objetivo. Las reglas están
para cumplirse, y aquí las vigilamos todos con firmeza, si alguien
se las salta, tened por seguro que un profesor no tendrá que mover
un dedo, lo haremos nosotros mismos. Esperamos que sobreviváis a los
tres o cuatro años que compartiremos juntos. Bienvenidos al
Kakegawa.
El representante sonríe al decir
“bienvenidos al Kakegawa” con un placer cruel. Su discurso fue
corto, firme, como si no tuviera ganas de estar allí y solo lo
hiciera por deber, más que un mensaje de bienvenida, sentís que es
una amenaza.
El director trata de quitar hierro al
asunto retomando el discurso y que, durante la hora del recreo y a la
salida, los puestos de los clubs estudiantiles están abiertos para
aceptar nuevos miembros.
Luego, con un aplauso forzado, el grupo
se dirige al interior, y los alumnos empiezan a entrar lentamente.
Las instalaciones no son nuevas pero
tampoco están muy estropeadas, salvo algunas taquillas abolladas,
paredes con alguna brecha y puertas rotas que los bedeles apuran en
arreglar.
Vuestro grupo es llevado a la misma
clase, donde los viejos alumnos cuchichean de los nuevos.